Letras, Reflexiones

Lo quiero ya, lo quiero rápido, lo quiero global

Estamos en la era de la inmediatez, de la exposición, de la superficialidad. Desde el boom de las redes sociales en la década del 2000, la información se produce cada vez de forma más rápida y tiene mayor alcance, pero es muy somera. Eso me hace pensar en que la forma de compartir, irremediablemente, ha cambiado, y no precisamente para bien.

Imagen de Free-Photos en Pixabay

En 2011, tuve la oportunidad de participar en un taller de narrativas llamado El algoritmo de la memoria, coordinado por María Juliana Soto y Miguel Tejada.

Los objetivos del taller eran reflexionar acerca de los contenidos generados por nosotros en la red, poniendo especial atención en la fijación de una huella; pensar acerca del almacenamiento de la información y el lugar de la memoria en la era digital, y construir un relato que sirviera como experiencia y eslabón en el tejido de la memoria del mundo en esta época de plataformas digitales.

Con esas premisas, mis compañeros de universidad y yo pensamos en nuestra presencia en internet, en las redes sociales en las que estábamos activos, en cómo era nuestra relación con ellas, etc., etc., y nos dedicamos a escribir.

Producto de ello nació mi relato (sin nombre, por cierto), el cual se puede leer aquí.

Es increíble ver que, casi diez años después, mi yo de 27 años sigue pensando lo mismo.

Con la pandemia, la exposición a las pantallas, a la información, a las redes sociales, se multiplicó. En vista de que la presencialidad se redujo al máximo, mucha gente y, sobre todo, figuras públicas, empezaron a exhibirse en internet.

Los que no tenían redes sociales crearon una. Los que tenían comenzaron a publicar con más frecuencia. Y los que ya tenían y publicaban a menudo ahora lo compartían todo.

De repente, nos vimos envueltos por un mundo de pantallas, invadido de gatitos, tutoriales de maquillaje, rutinas de ejercicio, recetas saludables, and so on.

Lo admito: eso me aburre. Me aburre terriblemente.

Ese comportamiento disparatado de muchas personas que buscan destacar a toda costa poniéndose en ridículo o, lo que es peor, en riesgo (basta con recordar a esas chicas que se han quemado el cabello cuando grababan un tutorial de belleza) me indigna.

Y lo peor es que a esas personas las siguen miles. Eso me molesta y, al mismo tiempo, me entristece, porque da cuenta de una sociedad que retrocede en lugar de avanzar, que empeora en vez de mejorar. Es una sociedad que demanda más libertad y que, a la par, es presa de esa libertad.

La pregunta llega entonces de forma inevitable: así como muchas modas nacen, crecen y desaparecen, ¿será que esta moda pasará? ¿O, por el contrario, se quedará con nosotros a modo de bucle infinito?

Seguimos cada vez más y más imbuidos en una virtualidad que, en este nuevo siglo, se nos impuso a la fuerza porque si no se está dentro de ella, se llevan todas las de perder.

Mel B., 2011

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